LA INQUISICIÓN ESPAÑOLA

El otro día estaba hablando por Skype con una amiga de Playa del Carmen, poniéndonos al día porque hacía tiempo que no hablábamos. De repente, en un momento de la conversación me mencionó que una amiga que tenemos en común le había confiado recientemente que ella no solía comentar cuando yo publicaba algo en Facebook porque sentía vergüenza. Aparentemente, ella le dijo que escribo tan bonito y correctamente (sic) que se sentía mal por su gramática y ortografía tan pobres. Mi primera reacción fue reírme, por supuesto, pero luego me quedé pensando.

El hecho es que, en efecto, soy muy exigente en cuanto a lo que escribo, especialmente cuando lo hago en español. Soy tan purista en mi idioma nativo que es posible que sea una de las pocas personas que queden en el mundo que aún incluyen tildes (á, é, í, ó, ú), diéresis en la u (ü) y virgulillas en la ñ (~) cuando las palabras las llevan.

Como resultado, ahora que vivo en los EE.UU., he exigido que mi apellido en mis tarjetas de presentación esté escrito correctamente con la respectiva tilde: Gómez. Al fin y al cabo, si no lo llevara se pronunciaría de manera distinta...no creo que a los demás les importe, pero para mí claro que es importante.

Y cuando escribo mensajes de texto soy igual de estricta. Sí, aunque parezca increíble, también lo hago cuando envío mensajes de texto. En mi escala de valores, escribir correctamente tiene mayor prioridad que responder rápido. Por cierto, ¿alguien me puede decir qué significa SMS?

Esta anécdota me llevó a los años en que me mudé a Miami para estudiar en Florida International University, cuando dejé a los amigos que había hecho en los tres semestres que asistí a la Universidad del Pacífico en Lima. En ese entonces, no había e-mails o mensajes de texto, así que intercambiaba cartas con mis amigo. En una de mis primeras respuestas a ellos, tuve la osadía de indicarles algunos errores de gramática y ortografía. ¡Qué atrevimiento de mi parte!

Como era lógico, ellos se ofendieron y me amenazaron con no escribir más, así que dejé de hacerlo, para siempre...debo admitir que esto es algo difícil para mí. Me tienta actuar como la Inquisición Española y corregir a la gente cuando veo errores gramaticales y ortográficos. Sin embargo, las amistades son con seguridad más importantes que las reglas de la lengua, así que he decidido que no vale la pena perder ninguna por esa razón y seré consecuente con mi decisión.