¡Así fue! Todo comenzó con mi primera visita a Brasil en medio del verano de 1985. Mis padres decidieron llevarme en un viaje a este maravilloso país, como regalo de cumpleaños por mis 15, en lugar de tener un Quinceañero (la fiesta con que tradicionalmente las niñas que cumplen 15 años lo celebran en Perú y la mayoría de países latinoamericanos). A pesar de la emoción y la curiosidad por saber lo que encontraría en esta aventura, nunca esperé que este viaje marcaría un hito en mi vida.
Hubo varias cosas que me impactaron durante este viaje: la magia del carnaval de Rio de Janeiro con sus múltiples colores y el contagioso ritmo de la música (no había un solo alma que no bailara mientras veíamos a las escuelas de samba desfilar en el entonces recién inaugurado Sambodromo); la belleza natural que rodea a Rio de Janeiro y sus espectaculares vistas, especialmente desde Pão de Açucar y Corcovado; el rápido ritmo y el aire cosmopolita de São Paulo; la deliciosa comida (nada, absolutamente nada, se compara con el desayuno brasileño); el estilo único de vestir de los brasileños (por supuesto, eso incluye zapatos muy bonitos) y su pasión por el futebol...más una lista interminable de otras cosas.
Sin embargo, lo que más me impactó fue la gente brasileña. No solo quedé fascinada por el amor a la vida que muestran los brasileños sino que también me impresionó su vasta diversidad, en todo sentido de la palabra. Debo admitir que yo ignoraba mucho de la historia y la cultura brasileña antes de realizar este viaje (tener en cuenta que esto fue muchos años antes de que la tecnología y el internet convirtieran al mundo en un lugar más pequeño) y, por lo tanto, nunca esperé que Brasil fuera el "melting pot" que encontré.
Nuestra aventura brasileña fue un despertar para mí...¡fue una verdadera revelación! Fue como si mi interés por visitar otros lugares y mi apetito por explorar lo desconocido estuvieran dormidos en mi interior, y una vez que experimenté las maravillas de este país, ocurrió una repentina explosión que hizo que me diera cuenta de que el mundo tenía tanto por ofrecerme y de que a través de los viajes podría crecer tanto como persona.
No estoy segura si lo planearon de esa manera, pero con certeza este fue el mejor regalo que mis padres pudieron hacerme: ellos plantaron en mí la semilla del viajero. Por supuesto, ya dependería de mí que esa pasión por los viajes y por descubrir el mundo creciera en adelante...tengo el orgullo de decir que lo he hecho y que lo continúo haciendo, un viaje y un lugar a la vez.
Es comprensible entonces que Brasil aún esté muy cerca de mi corazón y que sea un lugar que nunca me canso de visitar. Como me ha sucedido en cada viaje previo, la última vez que estuve allí el último febrero sentí que renovaba mi amor tanto hacia el país como por viajar...al fin y al cabo, ¿hay alguna mejor forma para abrirnos al mundo que a ritmo de samba?