A través de mi vida he viajado tanto, ya sea por trabajo o por placer, que he desarrollado una extraña relación de amor-odio con los aeropuertos y los aviones. Principalmente pienso que son un mal necesario...son la entrada al mundo, aunque a veces no sean precisamente lo más divertido. Sin embargo, a mí me gusta enfocarme en lo positivo que aportan en la vida de la gente...no solo han convertido el mundo en un lugar mucho más pequeño sino que además han contribuido a que nos conectemos en mayor grado, lo cual por sí solo ya es algo loable.
No recuerdo mi primera vez en un avión porque era muy pequeña, como de 4-5 años. No obstante, sí tengo recuerdos muy vívidos del aeropuerto que frecuenté mientras me criaba en mi natal Iquitos. Por supuesto, hablo de IQT, una gran cabaña (o palapa) que no ha cambiado mucho con el transcurso de los años y, décadas después, sigue siendo un aeropuerto muy único. En comparación con el aeropuerto de la ciudad donde vivo actualmente (ATL, supuestamente el aeropuerto con mayor actividad en el mundo), IQT es nada pero eso no quita que haya sido y siga siendo un lugar muy especial. Para empezar, uno no encuentra muchos aeropuertos donde uno puede saludar a sus familiares y amigos a tan solo unos minutos de haber aterrizado.
También recuerdo muy bien aquella vez en que, cuando volábamos de Lima a Iquitos, estuvimos atrapados en una horrible tormenta. El avión se sacudió inevitablemente y todos pensamos que no saldríamos vivos. Con suerte, sobrevivimos pero después de esa experiencia mi mamá impuso como regla viajar SIEMPRE en el primer vuelo porque se le ocurrió que tormentas como aquella solo ocurrían por la noche. Esto resultó en que en adelante nos levantáramos antes del amanecer cada vez que tuviéramos que viajar, especialmente cuando volvíamos a casa tras nuestras vacaciones de verano en Lima cada año. Supongo que las mamás siempre saben qué es lo mejor...¡nunca más nos encontramos en una situación similar!
Estoy convencida de que mi pasión por viajar nació oficialmente cuando tuve que pasar por todas esas experiencias. Definitivamente, haber crecido en un lugar tan remoto despertó mi curiosidad por saber qué más había por conocer y, como resultado, empecé a desear ver lo que el mundo ofrece. Y el contraste entre lo positivo (por ejemplo, viajar juntos como familia, ver caras conocidas en la sala de espera, etc.) y lo no tan positivo (por ejemplo, los retrasos por mal tiempo o problemas técnicos, los controles de seguridad, etc.) de cada viaje hace que la experiencia sea más emocionante. ¡Es posible que valga la pena viajar solo para descubrir lo desconocido y aceptarlo!
Escribí este artículo la semana pasada mientras volaba a Punta Cana en un viaje de trabajo que, afortunadamente, también comprendió tiempo libre para divertirme. Y al pasar por migraciones y aduanas en el aeropuerto no pude evitar sonreír por cuanto me recordó ese aeropuerto al de Iquitos, solo que en mayor escala. Al fin y al cabo, el mundo puede ser muy diverso pero adonde quiera que vayas siempre encontrarás similitudes .