He mencionado en un post anterior que me enamoré del mar ya de adulta, después de vivir varios años en México. Sin embargo, solo recientemente me he dado cuenta de que mi "relación" con el mar es mucho más profunda y de que se remonta a mis años de infancia, aunque entonces fuera más bien esporádica. De alguna manera, es casi como si hubiera tenido una relación de amor platónico con el Océano Pacífico por varios veranos consecutivos pero después encontré un amor más estable y duradero con el Caribe.
Hacia el final de una visita reciente a Riviera Maya, decidí irme a la playa en Playacar antes de partir a mi siguiente destino. Después de un viaje corto desde la casa de mis amigos, aparqué mi bici cerca de algunas ruinas mayas y caminé la distancia corta a la playa. En cuanto vi la arena blanca y las aguas color turquesa del Caribe todo mi ser se sintió embargado por la emoción. Eran las 9:30 de la mañana cuando llegué, el sol estaba ya muy alto y en poco tiempo hacía tanto calor que terminé entrando y saliendo del agua por la próxima hora y media, disfrutando, como lo hacen los niños.
Sintiéndome totalmente con energía renovada y ya que las temperaturas seguían subiendo rápidamente, decidí que era hora de regresar a casa de mis amigos. Al montar en la bici se me ocurrió que en lugar de tomar la ruta corta debía regresar siguiendo el camino que solía tomar cuando trabajaba en el hotel que la compañía para la que trabajo tiene en el área. Resultó ser la mejor decisión, ya que el paseo por sí solo me trajo memorias vívidas e intensas emociones. Guardo el tiempo que pasé en Playa del Carmen en un lugar muy especial de mi corazón, ya que mis experiencias en ese lugar contribuyeron enormemente en mi crecimiento en tantos aspectos...¡con las bellas playas de blanca arena y las aguas color turquesa de Caribe como escenario! Y por unos minutos re-visité ese tiempo maravilloso de mi vida...¡esa fue la mejor manera para concluir mi escapada a la playa!
Esa misma noche viajé a Puerto Vallarta y después de una larga escala en la Ciudad de México llegué al hotel en Riviera Nayarit después de la medianoche. Al día siguiente no tenía que trabajar, así que después de levantarme y desayunar un poco tarde me relajé al lado de la piscina. Cuando el calor ya no era tan sofocante, decidí ir a caminar en la playa. Esta vez fue la bravura del Océano Pacífico con sus olas grandes, su frialdad y color oscuro, así como su aroma peculiar, lo que me transportó al pasado. De pronto, ¡estaba en Lima nuevamente! Una serie de recuerdos vinieron a mi memoria, como escenas de una película: nuestros viajes a la playa con mis primos durante el verano cuando era adolescente, los encuentros con mis amigos en invierno para disfrutar la puesta del sol en Café Café de Larcomar, cuando estaba cerca a los 30 años...fue como si me encontrara con un amante por primera vez en mucho tiempo y que disfrutara de ese encuentro casual. ¡Qué sensación tan maravillosa!
Ambos acontecimientos se dieron en un lapso de dos días, a cientos de millas de distancia, pero con una cosa en común: el estar al lado del mar hizo que viajara en el tiempo y a lugares diferentes. Y sí que sentí como si volviera a vivir dos historias de amor...¡fue algo mágico! Está claro que soy una persona más feliz cuando estoy cerca del mar. Afortunadamente, ¡eso sucede con frecuencia!